martes, 3 de enero de 2012

¿Qué pasa con las galerías de mi país? (Notas dirigidas a los niños, como gustaba a J. F. Lyotard)



El sistema galerístico cubano padece hoy una crisis verdaderamente lamentable. Si tenemos en cuenta los espacios cerrados definitivamente (Galería Havana Club del Museo del Ron, et al) y aquellos otros que se encuentran inactivos por reparaciones ¿temporales? (La Casona, etc.), las opciones de emplazamientos para exposiciones son cada vez más exiguas. Eso sin hablar de las famosas y sempiternas “filtraciones” (La Acacia, Servando) y “goteras” (Galería Habana), esta última con su ya habitual cubo o palangana agregada muchas veces al entramado de obras en exhibición. A todo ello sumémosle que de por sí el número de galerías existentes es bien reducido en relación con la oleada tan grande de artistas que posee la Isla, unidos a lo que se van graduando cada año de nuestras escuelas de arte. Demasiada demanda y poca oferta. Todo esto hace que los creadores se vean obligados en no pocas ocasiones a exponer en sus propias casas o estudios, en lugares públicos como parques, iglesias, etc. Situación que afecta sobre todo a los más jóvenes, en desventaja frente a los llamados “vacos sagrados” que invaden como una plaga las nóminas de los principales recintos expositivos.

Si llevamos este fenómeno a un nivel macro, el de los museos, todo el mundo se pregunta constantemente cómo es posible que no exista un museo de arte contemporáneo en Cuba, teniendo en cuenta que nuestro Museo Nacional de Bellas Artes apenas compendia en sus salas (muy tímida y precariamente) hasta los años noventa del arte insular. Cuando transcurran dos décadas más, la desactualización de dicha institución será bien notable. ¿Cómo explicar además que no se exhibe ni una sola video-creación en dichas salas, cuando desde hace más de quince años el vídeo representa una zona muy visible y significativa dentro de nuestro contexto plástico? Nuevamente las repuestas aluden a la escasez de metros cuadrados, la limitación del presupuesto estatal, etc. 

Volviendo al tema galerías, estas generalmente no tienen mucho que ofrecer a los artistas: una pequeña “postal” como catálogo (en el mejor de los casos), un brindis penoso por su calidad y cantidad, una estrategia promocional casi nula e inexistente, y a veces ni siquiera un montador o un medio de transporte decoroso para trasladar las obras. Son entonces los creadores quienes tienen que asumir, la mayoría de las veces de su propio bolsillo (o patrocinadores mediante), los requerimientos logísticos antes apuntados. Lo cual se torna más grave cuando se trata de las “galerías comerciales” (un engendro cubano, en el mundo entero todas las galerías comercializan; en nuestro caso unas lo hacen y otras solo tienen la facultad de “promocionar” –dando pie desde luego a un jugoso mercado negro). Y digo que se torna más grave porque dichas galerías no apoyan en casi nada al artista y, aun así, si les venden algo, se quedan el 40 o el 50 % de las ventas, lo cual resulta demasiado fuerte.

Otro aspecto que lastra la imagen, el perfil y la calidad del trabajo es el cambio constante de especialistas. En nuestras galerías estos suelen ser muchas veces meros cuadros, y no verdaderos expertos o conocedores, “especialistas”, como lo indica la palabra. Si además de eso sus rostros mutan con frecuencia (debido sobre todo al éxodo hacia el extranjero y a los archiconocidos “explotes”), el caos se hace más evidente. En este sentido la Empresa Génesis se encuentra ahora mismo en la cima del hit parade. Y no es culpa de quien dirige (María Victoria Durán está realizando un excelente trabajo, hasta donde puede, al frente de Génesis). El problema es mayor: es sistémico. Lo cierto es que cuando un galerista se va, se lleva consigo su carpeta de clientes, su mailing promocional, su nómina de artistas…, y quien le sustituye llega con una nueva mentalidad, un perfil estético diferente, preferencias por otros creadores, distintos métodos de trabajo, generalmente “en pañales”, a comenzar desde cero en lo que a clientes se refiere. Al ser los espacios galerísticos de nadie en particular, sino de ese ente abstracto llamado “Estado”, se fractura por ello cualquier sentimiento de pertenencia que pudiera surgir por parte del especialista hacia su recinto laboral. Como resultado, este tipo de cambios de staff suele ser bien brusco y pernicioso para el trabajo y el prestigio de una galería, los que se deben sedimentar con la experiencia y el paso de los años, en aras de ganar credibilidad en los públicos.

Frente a este panorama tan polémico, cabría preguntarse si no sería oportuno que el Ministerio de Cultura abogara por la posibilidad de que existan en nuestro país galerías surgidas desde iniciativas privadas, con sus correspondientes impuestos al Gobierno, como está ocurriendo en otros sectores (cafeterías, restaurantes, peluquerías, etc.). Ello arrojaría resultados más favorables: aumento de la competencia –y con ella la calidad–; mayor independencia de los galeristas a la hora de tomar decisiones en relación con gastos, ingresos…; mejor trato y más pertenencia; mayor libertad expresiva para los artistas. Se ganaría así en muchos más espacios para el efervescente y prolífico arte cubano contemporáneo, cuyo talento desborda nuestra Isla.

Claro, lo anterior será un paso difícil, en tanto estamos hablando de arte, y no de croquetas o retoques del cabello. El arte es un hecho comunicativo, tiene la facultad de estimular y liberar de su apatía a las neuronas de los receptores. Es un vehículo de información y un agente de debates públicos. Y la información es poder, eso lo sabemos. Aceptar la presencia de galerías privadas implica ceder un tanto, admitir la disminución de una parte del control y el protagonismo. Sin embargo, el Ministerio de Cultura ha demostrado ser en los últimos tiempos lo suficientemente astuto y perspicaz como para adecuarse a las dinámicas de los nuevos tiempos (los actuales y los que se avecinan); así lo demostró, por ejemplo, con el célebre performance de Tania Bruguera en la Décima Bienal de La Habana. También sé que no depende solo del Ministerio de Cultura; se necesita de una voluntad política mucho mayor. Pero estoy por estos días bastante optimista: cada vez creo más en los cambios que se aproximan. Aguardo con atención. Entretanto, me refugio en la palabra.