sábado, 3 de julio de 2010

Rewind (6 respuestas a René Francisco Rodríguez, a propósito de Bomba y un dominical):



1- Gozar el acto mismo de la pintura, sin importar los antecedentes, sin la enfermedad de las precedencias. Olvidar lo que hicieron los otros, o bien plagiarlos, apropiárselos, reciclarlos. En definitiva, ellos también lo hicieron. Todo es pura intertextualidad, guiño, reestructuración de las piezas en el tablero de la historia del arte. Siempre hay un antes, un camino andado. Entonces, a qué enfrascarnos en esa vieja utopía modernista del progreso, de la novedad, de las rupturas lingüísticas.

2- Pintar sin camisas de fuerza, conscientes de que, si algo de rico tienen los tiempos que corren, es justamente su pluralismo (“el ismo de nuestros días”), su democracia, el “anything goes” o “todo vale” instaurado por la condición posmoderna; la coexistencia (armónica y sin jerarquización) de disímiles poéticas, operatorias, maniobras, discursos. Trabajar con libertad, pero sin pretender el hallazgo del agua tibia. Importante es la variedad, la diversidad. Un contexto artístico que viva de lo monocorde y unidireccional, está perdido. No se puede pretender que todo arte ceda forzosamente a factores heterónomos (los universos de la política, la sociología, la antropología, la psicología, etc.). El arte que quiera mirarse al ombligo, y regodearse en su propia autonomía plástica, en preocupaciones meramente formalistas, morfo-sintácticas, también es legítimo. La pregunta sería: ¿por qué no? ¿Quién es quién (o qué) para conferirle normas a la creación artística, conscientes como estamos de que toda norma no es más que el pretexto para su propia infracción? Está claro que no existe “el ARTE”, sino muchos “artes”. A veces se quiere combatir las dictaduras sociales instaurando otra dictadura igualmente perniciosa: la estética. ¿A qué le llaman “vacío contenidista setentiano”? La frase es un desatino severo, en primer lugar, porque ningún arte está “vacío de contenido”. Ello constituye un agravio a las leyes de la semiótica. En segundo lugar, no creo que el arte de los setenta desdeñara el orden de los significados, en lo absoluto. Que sus sentidos estuviesen dirigidos en buena medida a la apología y el canto a las glorias del sistema, es cierto, y, ¿cuál es el problema en ello? Pero de ahí a que no hubiese discurso, mensaje o contenido en las obras de dicha década, me parece de una torpeza sin límites. Por otra parte, no se puede encerrar todo un decenio en el mismo saco, en las dicotomías del blanco y el negro, sin matices. En los setenta hubo muy buena pintura fotorrealista, pop, neoexpresionista. Hubo nombres de una dignidad artística innegable. La frase me parece entonces fuera de lugar. Con la sentencia apuntada al parecer René se refería a un tipo de arte que se piensa a sí mismo, como lo hizo (y lo hace hoy día) la abstracción, el posminimalismo, los neoexpresionismos, etc. Y vuelvo a preguntarme: ¿por qué no las creaciones que se activan desde su autoconsciencia? También es cierto que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Es obvio que el hecho de darle la espalda al contexto, implica una actitud de denuncia subrepticia, indica que algo grave está pasando en ese contexto. La evasión e indiferencia son también una actitud política. Que no lo entienda el individuo común, me parece razonable, pero que no sea capaz de comprenderlo un artista de una obra sólida y probada, profesor además por mucho tiempo de nuestro Instituto Superior de Arte, me parece alarmante.

3- Alejarse del llantén por las miserias del día a día, del sufrimiento por la trillada “maldita circunstancia del agua por todas partes”, del jueguito (demasiado fácil) a la tensión con el poder. A fin de cuentas, un cuadro no va a volcar un gobierno.

4- Hacer una pintura menos localista, que sea de Cuba y del mundo a un tiempo, como todo buen arte.

5- Aplicar la fórmula de que menos es más, y prestar atención a la economía de recursos.

6- Juventud, mucha juventud. Rostros nuevos. Basta ya de senectud, de los mismos nombres… Las nuevas generaciones se imponen.


PD: Claro que faltaron nombres que debieron estar, como hubo algunos que podían haber sobrado. De eso se trata: toda curaduría es un acto genuino de nepotismo. De tiranía. Dejémonos de simulacros.

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