I
En la edición de la feria de
arte contemporáneo Arco / Madrid correspondiente a 2015 el artista cubano
Wilfredo Prieto (Sancti Spíritus, 1978) presentó una pieza muy a tono con el sarcasmo
y la ironía que han distinguido desde sus comienzos a su polémica trayectoria
creadora. Se trata esta vez de un simple vaso con agua en su interior, solo que
hasta la mitad. Su título: “Vaso de agua medio lleno”, y su precio: 20 mil
euros.
II
Obviamente se trata de otra de
las provocaciones del autor, dirigida a los espectadores, a la feria, al
mercado del arte, a los críticos, a la prensa, a la Institución-Arte toda. Y en
tanto provocación, lo mejor sería no escribir sobre ella, porque esto significaría
seguirle el juego, caer en su trampa. Pero debo confesar que llevo varios días
pensando en la obra, lo cual es una razón más que suficiente para dedicarle
unas reflexiones.
III
Lo primero que muchos pudieran
argumentar es que ese gesto presuntamente iconoclasta es ya bien viejo, y tiene
más de un siglo (desde Duchamp, o desde antes, quizás). De modo que hoy día
resultaría reiterativo, y hasta ingenuo: ya nada escandaliza. A lo que yo
acotaría que, en definitiva, ya no hay nada nuevo en la Viña del Señor. Todos
vivimos del reciclaje y los préstamos culturales. Así que no tiene sentido
evaluar una obra como la de Wilfredo situados en patrones de ruptura o novedad
estilística. Que no sea algo “nuevo” en tanto gesto no la hace ni mejor ni peor
obra de arte. Aquí lo que importa no es la antigüedad o juventud de la
operatoria, sino el alcance de sentido de la propuesta, la hondura de su
dimensión filosófica.
IV
La pregunta interesante sería:
¿el vaso está “medio lleno” o “medio vacío”? ¿Se trata del “principio del fin”,
o del “fin de muchos principios”? ¿Qué ha sucedido con el agua que falta? ¿Será
que alguien se la ha tomado? La obra juega todo el tiempo con dos niveles
narrativos: el abajo y el arriba, el lleno y el vacío, el líquido y el aire, la
parte y el todo. Ese vaso supone un antes y un después de la acción: el
completamiento o la desaparición total del líquido. Luego nos empezaríamos a preguntar
qué implicaciones pudiera tener el agua en tanto símbolo.
V
En uno de los muchos
comentarios en la web, alguien
(anónimo) escribió: “Hemos llegado a un extremo en que una obra de Miguel Ángel
y un vaso de agua se llaman arte. Una es talento humano. La otra, la estupidez
humana y la viveza de un montón de ladrones que se lucran con la ignorancia de
los que tienen dinero”. Y en dicha comparación, sin pretenderlo, esa persona ha
dado con la clave de sentido de la obra: estos no son tiempos de Miguel Ángeles;
el siglo XXI demanda una creación como la de Wilfredo, reflejo nítido de la
decadencia y sordidez de nuestra civilización. En un mundo como el que
habitamos, preñado de simulacros y dobleces, nada mejor que un arte cínico,
escurridizo en su verdad y camaleónico en su plataforma ética. Un arte que se
cuestiona a sí mismo, que descree de su propia lógica. Que le canta al absurdo
y al sinsentido, a la idiotez de nuestra generación. En medio de tanta guerra,
violencia, hipocresía, y ausencia de toda escala de valores, sería muy falso
volver a amar a un “Moisés” o una “Piedad”. Hemos extraviado la capacidad del
amor sincero, de la emoción auténtica. Solo nos es dado el artificio, el
disfraz. Eso nos dice Wilfredo Prieto. Nos está ofreciendo el circo que
merecemos.
VI
Pero claro que siempre habrá
algún tarado que pague 20 mil euros por la pieza, y ello la hará más lúcida aún.
Esa agua es como el estanque de Tántalo: muchos necios intentarán digerir su
simbología, pero ninguno llegará al verdadero alumbramiento. Numerosos narcisos
del mundillo del arte querrán descubrir su efigie en la limpidez del líquido, pero
quedarán todos atrapados en la propia insensatez de su ambición. Algunos
fingirán que aprehendieron el mensaje “profundo” de la obra, y luego llegarán a
sus casas para continuar amando, en el silencio y la complicidad de la noche, a
la innombrable Wikipedia.
VII
Es curioso el modo en que se ha
atacado la pieza en la prensa, en especial en el contexto español. Los
argumentos son en extremo ingenuos, y están anclados en la clásica frase “eso
lo puedo hacer yo”, o “cómo es posible que un vaso de agua valga 20 mil euros”,
sentencias de sabor prehistórico que desconocen por completo la esencia y
finalidad últimas del arte conceptual. Existe todavía un prejuicio enorme en
relación con el objeto en su dimensión más común. Si se hubiese tratado de una
pintura o una fotografía del vaso con agua, la propuesta no hubiera asombrado a
nadie. Dichos medios de prensa lo que no toleran es la negociación (o el
intercambio de roles) entre el arte y la realidad. Cuando estos se confunden,
pactan, ceden sus espacios, la recepción entra en pánico. Total, lo importante
no es si el vaso de agua se pinta sobre un lienzo o si se coloca nomás en el
recinto galerístico. Lo relevante es lo que él simboliza, lo que comunica.
Vamos, ese es el abc.
VIII
Como diría el célebre pensador
francés Jean Baudrillard, esta acción de Wilfredo “no está segura de ser
verdaderamente una obra de arte, ni el que la mira está seguro de tomarla por
una obra de arte”. Y es justamente su inconsistencia, su falta de propósito y
credibilidad, lo que convierte a esta obra en un gesto tremendamente auténtico.
Su ligereza y nulidad son el más vívido retrato de la humanidad contemporánea.
Mientras algunos recorren los pabellones de ARCO y discuten la “artisticidad” o
no del vaso con agua, otros, en ciertas zonas de nuestro planeta, siquiera
tienen agua para beber. Esa paradoja del mundo en que vivimos habla de la valía
del gesto que nos ocupa, así como de la inmensa claridad de su autor.
IX
En este punto del texto
pareciera aflorar un pequeño “problema”: en el año 1974 el artista irlandés
Michael Craig-Martin exhibió en la galería Rowan
de Londres un vaso con agua encima de un estante de vidrio (“An Oak Tree”). Por
lo cual muchos pensarán: “¡Ah, lo de Wilfredo Prieto es plagio, así no se vale!
Pero no lo creo, honestamente. Wilfredo es demasiado astuto como para copiar de
un modo tan infantil. Yo preferiría hablar de cita, apropiación. O quizás él ni
siquiera conocía aquella pieza, lo cual es legítimo, y no le resta valor a la
suya. Por otra parte, el vaso de Craig-Martin no estaba “medio lleno”, y su
discurso era bien diferente, en tanto intentaba hacernos creer que se trataba
de un roble adulto encarnado en la apariencia de un vaso. El de Wilfredo no
quiere hacernos creer nada; es solo lo que vemos: el vaso con agua. Si eres
optimista, lo verás “medio lleno”, y descubrirás en él una hermosa obra de
arte; si eres pesimista, lo notarás “medio vacío”, y sentirás que eso no tiene
nada de “artístico”. Principio básico de la psicología.
X
Nada, que me sigue gustando el vaso
de Wilfredo. No puedo evitarlo.
Miami, 11 de marzo
de 2015 ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario