![]() |
“The Golden Hour”. © Noel Léon. |
Ese disco oscuro en el centro no es simplemente una ausencia de luz, sino una concentración de misterio. Desde él, el amarillo estalla hacia afuera como un aura —una explosión de energía o un eco del último aliento solar. Pero lo que más inquieta es lo que habita dentro de esa sombra: una forma que se adivina corazón, o quizá dos cisnes abrazándose, fundiéndose. ¿Es el amor en la penumbra? ¿La unión de opuestos? ¿El alma encontrando su reflejo en la oscuridad?
A la derecha, dos palmas sobre una isla negra evocan la soledad tropical, el aislamiento sereno de quien ha elegido retirarse al borde del mundo. Las palmas, erguidas, parecen antenas hacia lo divino. A la izquierda, otras formas similares —quizás plantas, quizás llamas— apuntan hacia abajo, como raíces, o como gestos de rendición. Dos planos, dos hemisferios simbólicos: uno elevado, otro sumergido. El arriba y el abajo. La conciencia y el inconsciente. El yo y su sombra.
El mar, amplio y dorado, ondula en primer plano con pinceladas de púrpura que cortan el amarillo como venas de un cuerpo viviente. Es un mar sin horizonte visible, sin fin ni origen. La reflexión es total: todo se duplica, todo se espejea. Pero el espejo no es claro, sino líquido, inestable. Como la memoria. Como la emoción.
Los pájaros en el cielo —dos apenas insinuados— podrían ser almas o pensamientos que escapan. Volar hacia la izquierda, hacia el pasado. Son fragmentos de una historia que no se cuenta, pero se presiente.
Desde una lectura simbólica junguiana, podríamos ver en esta obra el tránsito del yo hacia el sí-mismo: el viaje a través del inconsciente (la esfera oscura) en busca de integración. Desde una perspectiva oriental, podría leerse como el yin y el yang en pleno equilibrio al atardecer. Desde la fenomenología del arte, la obra se nos presenta como una epifanía: una revelación donde lo sensible toca lo eterno.
Pero quizás la mejor forma de entender The Golden Hour es como una meditación sobre el instante. Ese breve espacio en que el mundo no es ni día ni noche, ni sombra ni luz, ni certeza ni duda. Es un umbral que no se atraviesa caminando, sino sintiendo.
Noel León no pinta una escena: pinta una emoción suspendida en el tiempo. Su óleo no representa, sino que invoca. Como el ritual ancestral de mirar el sol poniente —la práctica de "sungazing", que algunos creen revitaliza el espíritu—, esta obra propone un acto de contemplación: mirar al centro del sol, mirar al centro de uno mismo, aunque eso signifique mirar la oscuridad.
Y es que The Golden Hour no es solo una imagen: es una pregunta que nos lanza la luz cuando comienza a morir.
¿Quién soy yo cuando todo se oscurece?
Piter Ortega Núñez
Nueva York, 16 de abril de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario