viernes, 27 de junio de 2025

“Donde hay fuego”: la pintura cubana arde con más fuerza que nunca

 Por Piter Ortega Núñez

En el corazón del Vedado habanero, un espacio alternativo se convirtió, por una noche –y quizás por mucho más–, en el epicentro simbólico de la vitalidad artística en Cuba. El pasado jueves 26 de junio de 2025, se inauguró la exposición colectiva “Donde hay fuego” en el Estudio Pulsión (Calle 6 entre 23 y 25, #558), taller del artista Yasiel Elizagaray. Lo que comenzó como una idea modesta entre amigos, según confiesa el propio Elizagaray, terminó por convertirse en un acontecimiento cultural desbordante, con una afluencia de público abrumadora y una energía que pocas veces se siente en el circuito artístico local.

Curada por Ariadna Cabrera Figueredo, Abram Bravo Guerra y el propio Yasiel Elizagaray, la muestra reúne a doce artistas cubanos de distintas generaciones, residentes tanto dentro como fuera de la isla. La variedad generacional y geográfica es solo el punto de partida de una exposición que, desde su título, lanza una declaración de principios: donde hay fuego, hay vida, hay potencia, hay riesgo, hay arte.

Y el fuego aquí no es metáfora vacía. Lo que arde en esta muestra es la pintura misma: su materialidad, su gesto, su carga simbólica. La exposición es, ante todo, una reivindicación del poder de la pintura como medio expresivo, como lenguaje cargado de densidad emocional, fuerza estética y complejidad simbólica.

Entre los artistas convocados se encuentran Antonia Eiriz, figura monumental ya fallecida y representada por dos obras inéditas pertenecientes a la colección de José Busto; los premios nacionales de artes plásticas Rafael Zarza y Roberto Fabelo, pilares vivos de la cultura visual cubana; junto a nombres de sólida trayectoria como Carlos Quintana y Moisés Finalé. A ellos se suman creadores de generaciones más jóvenes como Yasiel Elizagaray, Javier Barreiro, Yudel Francisco Cruz, Maikel Sotomayor, Niels Reyes, Adrián Socorro y Vladimir Sagols, aportando frescura, riesgo y nuevos códigos visuales.


Lo más notable de esta conjunción intergeneracional no es solo la coexistencia respetuosa, sino la intensidad compartida. La pintura que se exhibe no es complaciente. Es una pintura que duele, que inquieta, que interroga. Hay una densidad psicológica que se siente en los rostros, en las miradas, en las composiciones: un mundo interior profundamente convulso, a veces expresionista, otras onírico o simbólicamente cruel, pero siempre honesto.

Algunas piezas juegan con lo fúnebre y lo lúgubre; otras se sumergen en el erotismo, el cuerpo, la animalidad o lo fantástico. Aparecen símbolos como la figura humana, la mirada intensa, la infancia como fantasma, el reino animal, la violencia ritual, el caos urbano o existencial. Hay gestos pictóricos sueltos, manchas que parecen llagas, paletas que se funden con zonas de sombra, y composiciones que parecen surgir de un trance entre el sueño y el trauma. Es una pintura que sangra, que respira.

Y sin embargo, pese a lo duro o lo denso de muchas imágenes, la muestra destila un gozo profundo por el acto de pintar. Se siente el placer de lo matérico, del trazo libre, del juego con el color y la forma. Hay un lirismo subterráneo en esta exposición, un lirismo desgarrado, pero luminoso en su apuesta por seguir creando desde la resistencia.

Porque sí, esta exposición es también un acto de resistencia. No se exhibe en una galería oficial ni en un
espacio privado consolidado, sino en el estudio de un artista, en un espacio joven y alternativo, lo que subraya aún más su potencia disruptiva. El éxito rotundo del evento demuestra que los espacios independientes en Cuba están marcando pauta, conectando con un público ávido de arte auténtico, de riesgo, de verdad.

En medio de una Cuba convulsa, golpeada por crisis múltiples, esta exposición es una llama encendida. Como me dijo una vez el artista y coleccionista mexicano Norman Bardavid: “a mayor resistencia, mayor potencial de luz”. Y esta muestra lo confirma. Contra todo pronóstico, la pintura cubana sigue viva, fértil, incendiaria. No solo resiste: arde. Y su fuego es el de una tradición que no se apaga, sino que se reinventa desde el gesto individual, desde el cuerpo del artista que aún cree, que aún pinta.

“Donde hay fuego” es un acto de fe en la pintura. Y también un llamado de atención: el arte cubano está lejos de extinguirse. Está, de hecho, más vivo que nunca.




























6 comentarios:

Anónimo dijo...

Cómo siempre nos tienes acostumbrados a una buena crítica que favorece la creación y exalta el espíritu joven.

Anónimo dijo...

Gracias Piter, por mantenernos al dia sobre el escenario artistico de nuestra isla y felicidades a ese proyecto que empeña fuerzas para seguir visibilizando nuestro arte

Anónimo dijo...

Amigo leo tu texto, como siempre exquisito, las imágenes no me abren lastimosamente, me dice q Google no me permite. Conozco la obra dalgunos de los artistas: son la candela!

Piter Ortega dijo...

Gracias 🙏

Piter Ortega dijo...

🙏🥰🥰

Piter Ortega dijo...

Me alegra que te haya gustado. 🥰