Desde el pasado 1ro de
diciembre y hasta el próximo 15 de febrero se exhibe en la galería KaBe Contemporary de Wynwood una muestra
personal del destacado artista venezolano radicado en Barcelona Meyer Vaisman (En las inmediaciones de la Historia, 5774).
Debo confesar que la expo me sorprendió grandemente, por el misterio que la
encierra. Lo primero que llamó mi atención fueron las fechas colocadas por el
artista en cada obra, para indicar su año de realización: 5773, 5774…,
obviamente alusivas al calendario hebrero. Luego, comienzo a ojear varios
catálogos del artista en la galería, y descubro que, mientras que esta muestra
en KaBe tiene una estética cuasi abstracta, el creador había
transitado anteriormente por etapas bien figurativas. Le pregunto al especialista
al frente de la galería si Vaisman tenía orígenes judíos, y me responde que sí,
y que además desde hace algún tiempo se había convertido en un ferviente devoto
y practicante del judaísmo. Entonces lo comprendí todo.
Entendí por qué la inclinación
a la abstracción, el alejamiento del mundo de las imágenes. Y comencé a
comprender también otros muchos símbolos. Por ejemplo, la muestra está llena de
huellas dactilares y firmas del artista magnificadas, lo que pone al
descubierto un interés manifiesto por parte del autor hacia al acto de
redefinición y conceptualización de su propia identidad. Y ya sabemos que el
fenómeno de lo identitario es uno de los tópicos más cardinales de la cultura y
la religión judías. También me pude percatar de que las obras estaban pintadas
como al revés, cual si se tratase de un gran espejo en el que se proyectan las
representaciones. El artista intenta invertir todo aquello que atañe a los roles
establecidos por la lógica común. La célebre frase “Ars longa, vita brevis”, nos la presenta también en sentido
inverso: “Ars brevis, vita longa”. La
vida no es breve, sino eterna, nos dice. Frase con la que podemos aprehender su
cosmovisión, su entendimiento del universo, de la creación y de nuestra misión
en el mundo.
Igualmente curiosa me resultó
la rusticidad y el carácter fabril de las obras expuestas. Estas son pinturas
atípicas. Aquí no se usa pincel ni nada por el estilo, y ni siquiera el artista
participa del acto de creación. Él no toca las obras. Las encomienda a un
procedimiento industrial de inyección de tinta sobre la madera, dando como
resultado trabajos de una visualidad bien perturbadora, enigmática. ¿Por qué
será que el autor decide no participar en la realización de las piezas? ¿Tendrá
ello algo que ver con sus procesos de fe? Ahora mismo no me viene una respuesta
clara a la mente. Pero la muestra me intriga, me inquieta. Me ha hecho pensar
en ella por varios días. Y ese es un síntoma muy alentador, en estos tiempos en
que pensar resulta tan ajeno, tan inaudito.
(7 de febrero de 2015)
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