Hasta el próximo
28 de febrero se exhibe en la galería Pan American Art Projects de Wynwood (2450
NW 2nd Ave, Miami) una sugestiva exposición del joven artista cubano
Juan Roberto Diago (La Habana, 1971), integrada por un conjunto de lienzos de
mediano y gran formato, en todos los casos con predominio de técnicas mixtas en
los procesos de realización.
Diago es uno
de los creadores más exitosos del contexto plástico cubano de los últimos veinte
años, cuya obra se ha distinguido por una fuerte dimensión antropológica y
social, desde la que ahonda en el universo del sujeto de la raza negra, sus
creencias religiosas, su entorno arquitectónico y urbano, sus utopías y
frustraciones, los prejuicios que le circundan, etc. Los trabajos del artista
han estado inscritos en la vertiente estilística del arte povera (movimiento nacido en Italia, basado en el empleo de materiales
pobres, naturales, de desecho). Su operatoria se ha basado mayormente en el
reciclaje y la apropiación de elementos abandonados por el ser humano,
deteriorados por el uso de este y por el paso inexorable del tiempo, entiéndase
trozos de madera, bambú, botellas de plástico, metales oxidados... Ha realizado
una suerte de arqueología de la memoria, al recontextualizar materiales y
objetos que tuvieron una vida previa, y que entran por tanto al mundo del arte
cargados de energía e historia.
La exposición
que nos ocupa hace parte de un visible giro estético que ha venido experimentando
la poética del autor en los años recientes (especialmente desde su exhibición
en la galería Magnan Metz de Nueva York en octubre 2012); giro relacionado con una tendencia cada vez más creciente
hacia el minimalismo y la síntesis narrativa, hacia la depuración formal.
Alejado de toda iconografía figurativa, esta vez Diago se nos presenta ya no
coqueteando con la abstracción, sino completamente inmerso en esta orientación estética,
a través de obras donde los procedimientos del collage y el ensamblaje devienen cardinales. Es así que se vale de
pedazos envejecidos de telas para recrear superficies donde el valor de lo táctil
y la densidad de lo matérico se tornan poderosamente seductores. Obras que constituyen
una incitación al roce, al escrutinio manual, íntimo.
En cuanto a la gama de colores, predomina la acromía total: solo blanco y
negro en sus distintas degradaciones de valores. Todo ello en medio de
composiciones bellísimas, donde uno siente que nada sobra y nada falta. La distribución
interna de las áreas, las líneas estructurales y demás espacios de representación
ostentan una elegancia y efectividad francamente envidiables. Diago es un
maestro del oficio, no nos quepa la menor duda.
Muchos se preguntarán dónde se encuentra “lo racial” en medio de estas
telas abstractas, pues a simple vista no hay asociaciones evidentes, dada la supresión
de anécdotas o narraciones directas. Y es que en estas piezas el mundo de la negritud es evocado no desde
determinados motivos o íconos puntuales, sino desde las derivaciones simbólicas
y metafóricas de los materiales empleados. De ahí que las superficies ásperas de
algunos cuadros nos hagan recordar los queloides, esas cicatrices pronunciadas
que sobreviven como testigos presenciales de las heridas sobre la piel negra. El
artista no ha renunciado a su tema de siempre, solo que intenta ser menos
frontal y más elíptico, tangencial. Lo cual se agradece, en tanto oxigena su
trayectoria creadora, la refresca.
Otro elemento a favor de la muestra es la solidez de su concepción curatorial
y museográfica, algo que distingue habitualmente a los proyectos de la Pan
American Art Projects. La efectividad comunicacional del montaje, los sistemas
de iluminación, la altura y distancia entre las obras, así como la inteligente
narratividad lograda con la secuencia de lienzos integrados armónicamente al
espacio, convierten a esta exposición en una visita obligada para los amantes
del buen arte.
Así que no se lo piense. Wynwood le espera, una vez más...
(24 de enero
de 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario